Sales ganando, como siempre.
Te vas, creando un invierno en mi cuerpo, en mi mente y en mi vida. Pero te quejas de la nieve. No soportas el blanco de los copos que caen, cuando ni siquiera los has visto. Porque me dejas el invierno a mi, pero tú te vas. Donde, quizás no haya un sol deslumbrante, pero no hay una lluvia constante por tus mejillas hasta aterrizar en tus labios, salándolos. Eso sólo ocurre en invierno.
En invierno normalmente me da por pensar, por reflexionar, por recordar. Y llueve, llueve muchísimo.
Llueve cuando recuerdo aquellos días sin poder moverme de la cama, con dolores casi insoportables... Y sólo viniste cuando mi madre te invitó a cenar. Y al verme te reías, bromeabas sobre el absceso.
Llueve cuando, en contrapunto, recuerdo todas las horas a tu lado, sin separarme, haciéndote compañía y atendiendo tus necesidades (kleenex, café calentito, manta).
Y llueve aún más con aquellas horas, largas horas de hospital, cuando te operaron la nariz. Sin dormir, a tu lado,…
Hay veces que puedo tener razón. Hay veces que puedo no tenerla. Soy humana. También me equivoco.
Pero que yo tenga que tener toda la paciencia del mundo y a la más mínima yo tenga que estar rogando perdón es algo que me toca mucho, pero mucho los cojones.
Así es como consigues lo que consigues.
Ojalá no me quemaras tanto como lo haces, porque arder duele.
Comentarios
Publicar un comentario